jueves, 22 de octubre de 2020

LAS BRUJAS de Roald Dahl

 

LAS BRUJAS DE TODO EL MUNDO, BAJO LA APARIENCIA DE SEÑORAS CORRIENTES, ESTÁN CELEBRANDO SU CONVENCIÓN ANUAL: EN ELLA HAN DECIDIDO ANIQUILAR A TODOS LOS NIÑOS.


                                                                                                                                                                     














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¿Quién fue Roald Dahl?


 Roald Dahl

(Llandaff, 1916 - Oxford, 1990)
Escritor británico conocido especialmente como autor de narraciones infantiles y juveniles.
 Muchos de sus relatos se han convertido en películas de gran éxito internacional, como ser:
·       LOS GREMMLINS;
·       JAMES Y EL MELOCOTÓN GIGANTE;
·       CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATE;
·       MATILDA;
·       LAS BRUJAS.

Algunos de sus LIBROS




Algunas de sus novelas, fueron llevadas a la pantalla grande





lunes, 12 de octubre de 2020

12 de Octubre

 Día del Respeto a la DIVERSIDAD CULTURAL

SOLO CONOCIENDO Y VALORANDO ESA VARIEDAD CULTURAL QUE LOS DISTINTOS PUEBLOS HAN APORTADO A LA CONSTRUCCIÓN DE NUESTRA IDENTIDAD, LOGRAREMOS UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA

Los alumnos de 4to. grado "A" junto al Profesor John realizaron una pequeña investigación acerca de sus orígenes y /o personas más cercanas. 

Ahora nos cuentan a través de imágenes, experiencias  y datos todo lo investigado.


lunes, 21 de septiembre de 2020

21 de Septiembre

 

La PRIMAVERA

Amor de COLORES

(Liliana Cinetto)

Por el mar de los colores,

va navegando el pincel

y con risas de acuarelas

patina sobre su papel.

En una clase de plástica,

se peina todo el flequillo

con unos rayos de sol

que le presta el amarillo.

En la esquina de la hoja,

ata con cinta de tul

unos retazos de cielo

que le regala el azul.

Del negro escapa enseguida

dibujando una pirueta

y aterriza en el perfume

que le convida el violeta.

Mientras maquilla una flor,

busca un hilo de rocío

y hace un collar con los pétalos

que el rojo tenía  escondidos.

 

A la sombra de los lápices,

bebe el jugo azucarado

que en copa hecha de azahar

le ofrece el anaranjado.

Guarda las gotas de índigo,

color que a veces se pierde,

y el murmullo de los árboles

que le ha conseguido el verde.

Y cruza el puente del blanco

y se despide del gris

pintarrajeando en el aire

un garabato feliz.

Por camino coloreado

y colorida escalera,

llega al fin a la paleta

donde la témpera espera.

Témpera y pincel se van

sonriendo a todo color

mientras pintan en la escuela

un arco iris de amor.

En 20 poesías de amor y un cuento desesperado. Buenos Aires. Atlántida, 2011.



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La PRIMAVERA


lunes, 14 de septiembre de 2020

Un poco de Aventuras

 

El viaje de Tom Sawyer

(Adaptación de la novela “Tom Sawyer en el extranjero”, de Mark Twain).

Travieso, pícaro y un poco mentiroso, Tom vive con su tía desde que perdió a sus padres. Tiene dos amigos inseparables, con quienes se enreda en las más descabelladas aventuras.

 


    Allá por 1875, en un pueblo de los Estados Unidos junto al río Misisipi, vivía Tom Sawyer con su tía Polly. Tom tenía doce años y dos amigos inseparables: Huck  Finn, de su misma edad, muy pobre y sin familia; y Jim, el joven y único esclavo de la tía. Tom y Huck solían meterse en grandes líos;  por eso los adultos desconfiaban de ellos, pero los demás chicos los admiraban. Jim seguía a los dos muchachos a todas partes, aunque siempre con miedo de tener problemas.

   Así fue como un sábado los tres fueron a la cercana ciudad de Saint Louis, para ver la anunciada partida de un forastero e su extraño aparato volador. Al llegar, vieron un gran globo sujeto al suelo con sogas; por debajo colgaba una barquilla como un gran bote, de cuya parte trasera sobresalían  dos timones de madera y un tubo de bronce. El navegante era un hombre nervioso, flaco, bigotudo, de largo guardapolvo gris; le permitía al público subir a bordo y los tres amigos también treparon, muy alborotados. Justo en ese momento, unos graciosos empezaron a molestar al viajero con burlas y chistes acerca de cuántos metros volaría antes de caer. Al fin, este vociferó:

   -¡Fuera, ignorantes, peores que mulas!

   Entre risas, todos empezaron a bajar. Tom, Huck y Jim eran los últimos, cuando una sacudida los hizo tambalear. Al mirar por el borde de la barquilla, Jim se puso gris; Huck, blanco como un papel y Tom, rojo de excitación, porque estaban subiendo velozmente y Saint Louis se veía abajo, cada vez más chica.

   -¡Iremos a Inglaterra, donde apreciarán esta maravilla! –anunció a gritos el inventor-. Ustedes serán mi tripulación. Hallé un nuevo tipo de energía y ese motor nos llevará adonde yo quiera –agregó mostrando un cilindro de bronce lleno de manivelas y palancas. Después señaló a Tom y le ordenó:

   -¡Tú, ven acá! Pareces el más despabilado; te enseñaré a conducir la nave para que me ayudes.

   Pilotear el globo era muy sencillo; mientras el inventor mantenía el rumbo consultando sus mapas y una gran brújula, tomaron velocidad y en un par de horas estaban sobre el mar. Ya caía el sol cuando el hombre dio a sus pasajeros carne enlatada y galletas para cenar. Pero seguía malhumorado y cuando poco después los rodeó la oscuridad de una noche nublada, empezó a hablar cada vez más furioso:

   -¡Esos imbéciles se burlaban! Pero… ¡quizá me querían distraer para robar los secretos de mi invento! ¡Ah! Habrán enviado a estos tres como espías. ¡Irán de cabeza al mar!

   Estaba completamente loco. Los muchachos lo oyeron acercarse a tientas, y Tom gritó cuando sintió que lo agarraba del tobillo, pero se defendió como pudo, arañando, pegando y mordiendo. Sin embargo, el hombre lo levantó y lo llevó hasta el borde de la barquilla, donde hubo forcejeos, una sacudida y un alarido que se perdió hacia abajo en la noche. Después, silencio. Las nubes se abrieron y la luz de la luna mostró a Huck y a Jim que estaban solos. -¡Se cayeron los dos al mar, amo Huck! –dijo el esclavo, tembloroso. El otro se asomó y vio entonces a Tom, que colgaba de una soga, pataleando en el aire.

   Lo ayudaron a subir y se estaban reponiendo del susto, cuando estalló un vendaval que duró hasta el amanecer. Al volver la calma, revisaron el equipaje y Tom se alegró:

   -¡Tenemos de todo! Comida, mantas, un farol, fósforos, ¡hasta una pipa! No se preocupen, sé manejar este aparato; llegaremos a Inglaterra ¡y seremos famosos!

   Pasaron el día y la noche siguiente. A la otra mañana, ya volaban sobre tierra.

   -Nunca creí que Inglaterra fuera así –se extrañó Huck-, tan amarilla y sin nada. Parece una playa enorme.

   -¡Ya entiendo! –exclamó Tom, que estudiaba el mapa-.

   Anteanoche el viento nos desvió mucho hacia el sur. ¡Esto es el desierto del Sahara!

   Tenía razón. En un rato hacía tanto calor que debieron hacer subir el globo para encontrar aire fresco. Al otro día se acabó el agua; la sed ya los atormentaba, cuando vieron el reflejo de una laguna lejana, hacia donde Tom dirigió el globo. Pero por más que volaban, no podían alcanzarla, hasta que de repente desapareció. Después volvieron a verla y a perderla de nuevo varias veces.

   -Es una brujería, amo Tom –se quejó Jim-. Este lugar está maldito.

   Horas más tarde pensaron que iban a morir de sed, pero cuando la laguna apareció de nuevo se la vio cada vez más grande y además rodeada de palmeras. Al fin, Tom comprendió: ¡habían estado persiguiendo un espejismo del desierto y ahora sí llegaban al agua! Al rato, nadaban felices en un oasis.

   Después, llenaron de agua los toneles del globo para seguir viaje, pero vieron que en el horizonte se alzaba una enorme ola amarilla. Era una terrible tormenta de arena, que no les dio tiempo de desatar el globo y huir. Solo pudieron meterse en la barquilla y taparse con una lona. Cuando el ventarrón acabó, pasaron horas sacando la arena que había llenado la nave.

   Después de este mal rato y de reponer fuerzas, partieron y viajaron tres días, sin ver más que arena y una caravana de beduinos en camellos. Una noche decidieron seguir volando a la luz de la luna, aunque a poca velocidad. En medio de una charla, acostados y mirando las estrellas, sintieron un topetazo. El primero en pararse a ver qué sucedía fue Jim, que gritó aterrorizado:

   -¡Un monstruo gigante!

   Ante ellos había una enorme cara, muy blanca, y la barquilla se le había enganchado en el labio.

   -¡Nos va a devorar! –aullaba Jim. A su lado, Huck temblaba, pero Tom, luego de un momento de pánico bien disimulado, los calmó:

   -Es de piedra, tontos. Esta es la famosa Esfinge que hicieron los antiguos egipcios.

  Más tranquilos, decidieron quedarse hasta el otro día, para ver bien la descomunal estatua. A la luz del sol, giraron a su alrededor, mirándola por todas partes. Después, Tom tuvo una idea:

   -¿Cuánto medirá? Dejemos a Jim sobre la cabeza de la Esfinge y alejémonos en el globo para comparar los tamaños. Que nos haga señales con esta bandera de nuestro país que encontré en el equipaje.

   Así hicieron, aunque Jim no estaba muy feliz con el experimento.

   Los otros se apartaron más y más, y a la distancia lo vieron hacer señas. Entonces les pareció que saltaba y después se echaba de boca sobre la cabeza de la estatua; vieron también varias figuras que rodeaban a la Esfinge. Cada tanto, de ellas salían nubecitas de humo. Al acercarse, oyeron disparos: ¡estaban disparando fusiles sobre su compañero!            Por suerte, la llegada del globo asustó a los atacantes, que escaparon a caballo. Eran soldados del sultán de Egipto.

   Tom y Huck se apuraron a recoger a Jim, que estaba furioso:

   -Nunca más le haré caso, amo Tom, ¡jamás!

   -¡Les hubieras enseñado la bandera patria y ordenado que se rindieran de inmediato!

   -¡Amo, en cuanto hice flamear la bandera casi me agujerearon a tiros!

   Tom estaba cada vez más contento y decidió que seguirían varios años de viaje, aunque primero dejarían un mensaje a la gente de su pueblo, para que los envidiaran por la nueva vida de aventuras. Luego de estudiar bien los mapas y la brújula, tomó rumbo a su país y encontró el camino, sin equivocarse demasiadas veces. Durante el viaje, escribió una carta para la tía Polly, anunciándole su largo recorrido por el mundo. La firmó “Tom Sawyer, el aeronauta”.

   Finalmente, una noche aterrizaron en las afueras del pueblo, ataron el globo a un árbol y se encaminaron a casa de Tom por las calles desiertas. Allí, él saltó en silencio la cerca del jardín, entró por una ventana y puso la carta en la mesa del comedor.  En ese instante, una mano lo agarró del cuello y oyó un furibundo.

   -¡Tom Sawyer! ¡Ahora me explicarás dónde estaban tú y tus compinches!

   Era la tía Polly. Así acabó la gran aventura. Al amanecer, un viento muy fuerte soltó el globo y se lo llevó para siempre, con el secreto de su ingenioso motor.

 FIN

 (De Miguel Ángel Palermo en Arte Gráfico Editorial Argentino S.A. Buenos Aires, 2008).



Biografía de Mark Twain


Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, fue un periodista, escritor y humorista estadounidense que nació en Florida, Misuri, el 30 de noviembre de 1835 y que falleció en Connecticut el 21 de abril de 1910.

Llamado por William Faulkner "el padre de la literatura americana", Twain escribió más de 500 obras, comenzando su carrera como tipógrafo, y viajando de ciudad en ciudad y de una imprenta a otra. Poco a poco se desarrolló como periodista, época en la que adoptó el pseudónimo de Mark Twain, pero sus visiones críticas contra el racismo, el esclavismo y otros temas sociales conflictivos truncaron esta vocación; fue mediante sus relatos y novelas con las que finalmente obtuvo reconocimiento, siendo conocidas hoy en día sobre todo Las aventuras de Tom Sawyer (1976) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1984), considerada esta última por muchos como "la gran novela americana".


lunes, 7 de septiembre de 2020

Leyenda Urbana

Una historia ideal para leer sólo o acompañado.
Estas leyendas pasan de boca en boca, de ciudad en ciudad, te llamarán a que las leas sin detenerte ni un minuto.


Te invitamos a escucharlo o mejor si gustas, a leer vos mismo la Leyenda Urbana

                                    
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"Gritos bajo la tormenta"

   Eran las 23:45 de una rara noche de invierno en el mes de julio. Digo rara pues la temperatura estaba casi en 28º. Mi esposo y yo salíamos de uno de los cines en la calle Lavalle, a pocos metros de avenida Corrientes.

   Acabábamos de ver “El Orfanato”. La noche se presentaba tormentosa y un fuerte viento había comenzado a levantarse. Alcé el cuello del tapado pues el soplo helado parecía envolverme por completo.

   Decidimos que tomar un café nos vendría muy bien, por lo que caminamos hasta la cafetería en la esquina de Corrientes y 9 de Julio. Elegimos una de las mesas cerca de la puerta de entrada. Tomábamos lentamente  nuestro café esperando que la tormenta comenzara a amainar, pero los minutos pasaban y nada. Por el contrario, cada vez parecía arreciar la ventisca con más fuerza. Teníamos el auto del otro lado a varias cuadras del Obelisco, precisamente en Montevideo y Lavalle, pues cuando llegamos la noche era cálida, soplaba una suave brisa y yo quise caminar un poco. Hacía mucho que no paseaba por el centro de la ciudad. Aunque luego de ver aquella película nadie podría caminar con tranquilidad en medio de una noche de tormenta. Ninguno de los dos hubiésemos imaginado al llegar que esa hermosa noche se podía transformar de esta manera, haciendo un cambio tan abrupto y repentino de la temperatura. La película que vimos nos había conmocionado bastante, suficientemente fuerte para su género, había logrado provocar en mí una sensación de inquietud tan próxima al miedo como hacía mucho no lo hacía ninguna otra de ese estilo. Realmente logró captar nuestro interés absoluto, al punto de ser, al salir del cine, casi nuestro principal comentario.

   Luego de una hora y media, cansados de esperar que la lluvia parase, decidimos ir en busca del auto. Yo estaba entumecida de frío y algo mojada por la lluvia repentina. Me abracé a mi marido y comenzamos nuestra loca carrera bajo el chaparrón. Cruzamos la 9 de Julio y como el semáforo había cambiado quedamos detenidos justo junto al Obelisco. De pronto, un estrepitoso trueno hizo estremecer la vereda. Aun así, en medio del estruendo, me pareció oír el desesperado grito de un hombre. Volteé la cabeza para mirar por detrás de mi esposo, que se hallaba casi pegado a uno de los lados del monolito. El grito me pareció que venía de una dirección, pero al comprobar la poca distancia entre la pared y su cuerpo deseché la idea de haberlo escuchado. Permanecíamos a la espera del cambio de luz. Al hacerlo, mi esposo me tomó por la cintura para cruzar Cerrito. En ese momento volví a escuchar el fuerte grito y otro estruendoso trueno repercutió con mucha más fuerza que antes. Volví a escuchar los gritos, esta vez con tanta claridad que pude notar en él un marcado tono de terror. Me estremecí de pies a cabeza, mi esposo clavó sus ojos en mí con gran preocupación. Él también había logrado escuchar la voz en su grito desgarrador y siniestro. Miramos los dos hacia ambos lados y nada, hasta que otra vez el grito nos hizo saber de dónde provenía. No nos quedaban dudas, los gritos venían desde el interior del Obelisco. Eran tan desesperantes que corrimos por Corrientes en busca de algún patrullero que pudiera acudir en ayuda de la persona allí atrapada, pero no lográbamos ver a nadie. La tormenta había dejado las calles desoladas.

   Volvimos al lugar para hacer saber al hombre aquel, que estábamos tratando de encontrar ayuda. De pronto, apareció una de las unidades del 911. Al ver nuestras señas se detuvo. En el preciso instante en el que íbamos a relatarle lo que pasaba, los gritos desgarradores nuevamente nos hicieron estremecer. El oficial del patrullero bajó del vehículo, abrió la puerta trasera y nos hizo subir al auto. Pensamos que iríamos en busca de ayuda, pero no fue así. Para nuestra sorpresa, sólo se limitó a decirnos que todo se trataba de un eco fantasmal. Una voz de ultratumba que permanecía con su grito desde un trágico día de tormenta, allá por los años treinta. La fantasmagórica voz pertenecía a un empleado que en aquel fatídico día de tormenta se hallaba haciendo mantenimiento de las escaleras internas a gran altura del monumento, y ante el sacudón terrible de aquella tempestad había caído terriblemente herido. Al parecer murió pidiendo ayuda pero por los ruidos de la tormenta sus gritos de socorro no fueron escuchados. Desde entonces, cada noche de tormenta fuerte resurgen desde ultratumba sus gritos desgarradores.

   ¿Cómo explicar que el comentario del agente no produjera en nosotros más que certeza?  Fácil. Bastó para quitar nuestras dudas inspeccionar junto a él el interior del Obelisco. Recuerdo que abrió la puerta. Al entrar un olor acre húmedo y espantosamente frío se coló por nuestras fosas nasales, por lo que debimos llevarnos un pañuelo a la nariz. Buscamos por todos lados y no hallamos a nadie. Sin embargo, al darnos vuelta para salir de aquella helada tumba de cemento, otra vez el grito escalofriante resonó a nuestras espaldas y nos petrificó.

 FIN





De Lambert, Alibel
(Biografía)

Nacida en la ciudad de Tigre, provincia de Buenos Aires, en julio de 1954. Comenzó escribiendo poesía a los doce años. Luego cuentos infantiles y más tarde cuentos de terror y novela gótica. Sus primeros libros de terror están en la Biblioteca del Congreso de la Nación y también otras, como colegios y micros de larga distancia. Mis cuentos suelen ser teatralizados por chicos de los colegios del polimodal y EGB. Participo anualmente como invitada, en las Ferias de Libros, en Buenos Aires y en las provincias. 


martes, 4 de agosto de 2020

¿Quién fue HORACIO QUIROGA para la literatura?


Horacio Quiroga

(1878-1937)

“Una vida entre la selva y los cuentos”

El último día de 1878 en Salto, Uruguay, nació Horacio Silvestre Quiroga, cuarto hijo de Prudencio Quiroga y Juana Corteza. Su papá era vicecónsul argentino y su mamá era  uruguaya y le decían familiarmente Pastora.

 Está considerado uno de los maestros del relato corto en español.

Comparado a otros grandes cercanos al horror como Edgar Allan Poe, Quiroga comenzó su carrera literaria ligada a la poesía tanteando los estilos de la época, como eran el simbolismo o modernismo.

De chico, Horacio tenía muchos pasatiempos, como el ciclismo, la química y la fotografía. Y a todos les dedicaba mucho tiempo. Fundó la primera asociación de ciclismo de Salto y consiguió el dinero para construir el primer velódromo del lugar. En cuanto a su pasión por la química, cuentan que Horacio solía despertar a su familia ¡con terribles explosiones e incendios! Y sería gracias a la fotografía que conocería la selva misionera. Horacio empieza a escribir y a los 19 años ya publica algunas colaboraciones en diarios y revistas. 

¡En la selva!
Horacio vivió mucho tiempo en la selva misionera, ¡y cuentan por ahí que hasta domesticó a un oso hormiguero! De tanto observar y admirar a los animales del monte, empezó a imaginarse pequeñas historias protagonizadas por ellos, y así fue que escribió los “Cuentos de la Selva”, que son 8 historias de lo más llamativas:

 

     “La tortuga gigante”, que hace un gran sacrificio por un hombre que la había curado.
        “Las medias de los flamencos”, que en realidad no son medias porque la lechuza los engañó.
       “El loro pelado”, que toma té con leche y se pelea con un gran tigre.
        “La gama ciega”, una pequeña cría de venado que debe pedir ayuda… ¡a un cazador!
      “La guerra de los yacarés”, que piden ayuda al surubí para que los barcos no pasen por su río.
     “Historia de dos cachorros de coatí y dos cachorros de hombre”, amigos muy diferentes.
       “El paso del Yabebirí”, con el esfuerzo de las rayas por defender a un hombre de los tigres.
        “La abeja haragana”, que se comía todo el polen en vez de hacer miel y va en penitencia.


En todos los cuentos, animales humanizados se mezclan entre aventuras, alegrías y tristezas, y casi siempre involucrados con personas. Con gran respeto por la naturaleza y por todos los seres vivos, y con variados ejemplos de solidaridad, Quiroga dejó un gran legado para los chicos.


¿Jugamos ahora con la imagen?

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Horacio Quiroga



jueves, 2 de julio de 2020

Una visita muy especial a la Biblioteca




“Un hermoso libro que habla de la convivencia
y el sentido común,
de la amistad entre seres muy diversos
y su encuentro en el maravilloso mundo de la biblioteca.”




León de biblioteca
(Knudsen, Michelle)

Un día, apareció un león en la biblioteca. Pasó frente al mostrador de préstamos y desapareció entre las estanterías.
El señor Mosquera corrió por el pasillo hasta la oficina de la bibliotecaria.
- ¡Sra. Plácida! –gritó.
-Está prohibido correr – dijo la Sra. Plácida sin levantar la cabeza.
- ¡Pero hay un león! –exclamó el Sr. Mosquera-. ¡En la biblioteca!
- ¿Está quebrantando alguna regla?
La Sra. Plácida era muy estricta con el reglamento.
-En realidad, no –dijo el Sr. Mosquera-.
No exactamente.
-Entonces, déjelo en paz.
El león merodeó por la biblioteca. Olfateó el fichero.
Se frotó la cabeza contra la colección de libros nuevos.
Luego caminó hasta el rincón de cuentos y se durmió.
Nadie sabía qué hacer. El reglamento no hablaba de leones en la biblioteca.
Pronto comenzó la hora del cuento. El reglamento tampoco hablaba de leones en la hora del cuento.
La cuentacuentos estaba un poco nerviosa. Pero leyó el título del primer libro con voz clara y fuerte. El león alzó la cabeza. La cuentacuentos siguió leyendo.
El león se quedó a escuchar el siguiente cuento. Y el siguiente. Esperó otro, pero los niños comenzaron a irse.
-Se acabó la hora del cuento –le dijo una niña.
El león miró a los niños. Miró a la cuentacuentos. Miró los libros cerrados. Y lanzó un tremendo rugido.
RAAAHHRRRR!
La Sra. Plácida salió rápidamente de su oficina.
- ¿Quién está haciendo ese ruido? –preguntó.
-Es el león –dijo el Sr. Mosquera.
La Sra. Plácida se dirigió al león:
-Si no puedes guardar silencio, tendrás que irte. Esas son las reglas.
El león seguía rugiendo, pero sonaba triste.
La niña tiró del vestido a la Sra. Plácida.
- ¿Si promete guardar silencio, puede volver mañana a la hora del cuento? –preguntó.
El león dejó de rugir. Miró a la Sra. Plácida.
La Sra. Plácida miró al león. Luego dijo:
-Sí. Un león calladito y que se porte bien ciertamente puede volver a la hora del cuento.
- ¡Bien! –gritaron los niños.
El león volvió al día siguiente
-Llegaste temprano –le dijo la Sra. Plácida-. La hora del cuento es a las cuatro de la tarde.
El león no se movió.
-Está bien –dijo la Sra. Placida-. En ese caso podrías ayudar.
Y lo mandó a desempolvar las enciclopedias hasta que empezara la hora del cuento.
Al día siguiente, el león volvió a llegar temprano. Esta vez la Sra. Plácida le pidió que lamiera los sobres de las cartas de notificación de préstamos atrasados.
Pronto, el león empezó a ayudar sin que se lo pidieran. Desempolvaba las enciclopedias. Lamía los sobres. Montaba a los pequeños en su lomo para que pudieran alcanzar los libros en los estantes más altos. Y después se acurrucaba en el rincón de lectura a esperar que comenzara la hora del cuento.
Al principio, los usuarios de la biblioteca estaban nerviosos por la presencia del león, pero pronto se acostumbraron. En realidad, parecía hecho para la biblioteca. Sus grandes patas no hacían ruido en el suelo. Era una cómoda almohada para los niños. Y ya no rugía más.
- ¡Qué león tan servicial! –decía la gente y le daban palmaditas en la cabeza al pasar.
- ¿Cómo hemos podido vivir sin él?
El Sr. Mosquera fruncía el ceño al oír eso. Antes se las habían arreglado muy bien. No se necesitaban leones. Los leones, pensaba, no entienden las reglas. No formaban parte de una biblioteca.
Un día, después de haber desempolvado las enciclopedias, lamido todos los sobres y ayudado a los más pequeños, el león caminó hasta la oficina de la Sra. Plácida a ver qué otra cosa podía hacer. Todavía le quedaba tiempo antes de la hora del cuento.
-Hola, león –dijo la Sra. Plácida-. Hay algo que puedes hacer. Tengo un libro aquí que hay que devolver a la sala. Déjame bajarlo.
La Sra. Plácida se subió en un banquito. El libro estaba muy alto, apenas lo podía alcanzar.
La Sra. Plácida se empinó. Alargó los dedos. –Ya casi… alcanzo… -dijo.
Y se estiró un poquito más, quizá demasiado.
- ¡Ay! –se quejó suavemente la Sra. Plácida y no se levantó.
- ¡Sr. Mosquera! ¡Sr. Mosquera! –llamó.
Pero el Sr. Mosquera estaba en el mostrador de préstamos. No la podía oír.
-León –dijo la Sra. Plácida-, por favor busca al Sr. Mosquera.
El león corrió por el pasillo.
-Está prohibido correr –le recordó la Sra. Plácida.
El león puso sus grandes patas sobre el mostrador de préstamos y miró al Sr. Mosquera.
-Vete león –dijo el Sr. Mosquera-, estoy ocupado.
El león gimió. Apuntó su nariz en dirección al pasillo que llevaba a la oficina de la Sra. Plácida.
El Sr. Mosquera no le prestó atención.
Finalmente, el león hizo lo único que se le ocurrió. Miró fijamente al Sr. Mosquera. Luego abrió su bocota y rugió el rugido más fuerte que había rugido en toda su vida.
RAAAHHHRRR!
El Sr. Mosquera se quedó sin aliento:
-No estás guardando silencio –dijo-.
¡Estás quebrantando las reglas!
El Sr. Mosquera caminó lo más rápido que pudo por el pasillo.
El león no lo siguió. No había respetado las reglas. Sabía lo que eso quería decir. Bajó la cabeza y se dirigió hacia la puerta.
El Sr. Mosquera no se dio cuenta:
- ¡Sra. Plácida! –llamaba mientras caminaba-. Sra. Plácida, el león quebrantó las reglas. ¡El león quebrantó las reglas!
Irrumpió en la oficina de la Sra. Plácida.
No estaba en su silla.
- ¿Sra. Plácida? –preguntó.
-A veces –dijo la Sra. Plácida desde el suelo detrás de su escritorio-, hay una buena razón para quebrantar las reglas. Incluso en la biblioteca. Ahora, por favor, llame a un doctor. Creo que me fracturé el brazo.
El Sr. Mosquera salió corriendo a llamar a un doctor.
- ¡Está prohibido correr! –le recordó la Sra. Plácida.
Al día siguiente, todo volvió a la normalidad. Casi todo.
El brazo izquierdo de la Sra. Plácida estaba inmovilizado. El doctor le había dicho que no se esforzara mucho.
“Tengo a mi león para ayudarme” pensó la Sra. Plácida, pero el león no apareció por la biblioteca esa mañana.
A las cuatro de la tarde, la Sra. Plácida fue al rincón de cuentos. La cuentacuentos estaba empezando a leer. El león no estaba allí.
Los usuarios de la biblioteca pasaron todo el día levantando la cabeza de los libros o de las pantallas, esperando ver una conocida cara peluda. Pero el león no apareció.
Tampoco apareció al otro día. Ni al día siguiente.
Una noche, antes de marcharse, el Sr. Mosquera entró en la oficina de la Sra. Plácida.
- ¿Puedo ayudarla en algo antes de irme, Sra. Plácida? –le preguntó.
-No, gracias –respondió la Sra. Plácida.
Estaba mirando por la ventana. Su voz era muy bajita, incluso para una biblioteca.
El Sr. Mosquera se quedó pensativo. Pensó que quizá sí había algo que podía hacer por la Sra. Plácida.
El Sr. Mosquera salió de la biblioteca, pero no se fue a su casa.
Caminó por las calles cercanas. Miró debajo de los automóviles. Se asomó detrás de los arbustos. Escudriñó en los jardines, en la basura, y buscó en los árboles.
Finalmente volvió a la biblioteca.
El león estaba sentado afuera, mirando a través de las puertas de vidrio.
-Hola, león –le dijo el Sr. Mosquera.
El león no le hizo caso.
-Pensé que quizás te gustaría saber –dijo el Sr. Mosquera- que hay una nueva regla en la biblioteca. No se permite rugir, a menos que haya una muy buena razón como, por ejemplo, ayudar a una amiga en problemas.
El león movió las orejas levemente. Luego se volvió, pero el Sr. Mosquera ya se estaba alejando.
Al día siguiente, el Sr. Mosquera cruzó el pasillo y fue a la oficina de la Sra. Plácida.
- ¿Qué pasa Sr. Mosquera? –preguntó la Sra. Plácida con su nueva voz triste y apagada.
-Pensé que le gustaría saber que hay un león –dijo el Sr. Mosquera-. Un león en la biblioteca.
La Sra. Plácida saltó de su silla y corrió por el pasillo.
El Sr. Mosquera sonrió.
-Está prohibido correr –le recordó.
La Sra. Plácida no lo escuchó.
Algunas veces hay una muy buena razón para quebrantar las reglas. Incluso en una biblioteca.

FIN



17 de agosto

 Paso a la Inmortalidad del  General José de San Martín