lunes, 7 de septiembre de 2020

Leyenda Urbana

Una historia ideal para leer sólo o acompañado.
Estas leyendas pasan de boca en boca, de ciudad en ciudad, te llamarán a que las leas sin detenerte ni un minuto.


Te invitamos a escucharlo o mejor si gustas, a leer vos mismo la Leyenda Urbana

                                    
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"Gritos bajo la tormenta"

   Eran las 23:45 de una rara noche de invierno en el mes de julio. Digo rara pues la temperatura estaba casi en 28º. Mi esposo y yo salíamos de uno de los cines en la calle Lavalle, a pocos metros de avenida Corrientes.

   Acabábamos de ver “El Orfanato”. La noche se presentaba tormentosa y un fuerte viento había comenzado a levantarse. Alcé el cuello del tapado pues el soplo helado parecía envolverme por completo.

   Decidimos que tomar un café nos vendría muy bien, por lo que caminamos hasta la cafetería en la esquina de Corrientes y 9 de Julio. Elegimos una de las mesas cerca de la puerta de entrada. Tomábamos lentamente  nuestro café esperando que la tormenta comenzara a amainar, pero los minutos pasaban y nada. Por el contrario, cada vez parecía arreciar la ventisca con más fuerza. Teníamos el auto del otro lado a varias cuadras del Obelisco, precisamente en Montevideo y Lavalle, pues cuando llegamos la noche era cálida, soplaba una suave brisa y yo quise caminar un poco. Hacía mucho que no paseaba por el centro de la ciudad. Aunque luego de ver aquella película nadie podría caminar con tranquilidad en medio de una noche de tormenta. Ninguno de los dos hubiésemos imaginado al llegar que esa hermosa noche se podía transformar de esta manera, haciendo un cambio tan abrupto y repentino de la temperatura. La película que vimos nos había conmocionado bastante, suficientemente fuerte para su género, había logrado provocar en mí una sensación de inquietud tan próxima al miedo como hacía mucho no lo hacía ninguna otra de ese estilo. Realmente logró captar nuestro interés absoluto, al punto de ser, al salir del cine, casi nuestro principal comentario.

   Luego de una hora y media, cansados de esperar que la lluvia parase, decidimos ir en busca del auto. Yo estaba entumecida de frío y algo mojada por la lluvia repentina. Me abracé a mi marido y comenzamos nuestra loca carrera bajo el chaparrón. Cruzamos la 9 de Julio y como el semáforo había cambiado quedamos detenidos justo junto al Obelisco. De pronto, un estrepitoso trueno hizo estremecer la vereda. Aun así, en medio del estruendo, me pareció oír el desesperado grito de un hombre. Volteé la cabeza para mirar por detrás de mi esposo, que se hallaba casi pegado a uno de los lados del monolito. El grito me pareció que venía de una dirección, pero al comprobar la poca distancia entre la pared y su cuerpo deseché la idea de haberlo escuchado. Permanecíamos a la espera del cambio de luz. Al hacerlo, mi esposo me tomó por la cintura para cruzar Cerrito. En ese momento volví a escuchar el fuerte grito y otro estruendoso trueno repercutió con mucha más fuerza que antes. Volví a escuchar los gritos, esta vez con tanta claridad que pude notar en él un marcado tono de terror. Me estremecí de pies a cabeza, mi esposo clavó sus ojos en mí con gran preocupación. Él también había logrado escuchar la voz en su grito desgarrador y siniestro. Miramos los dos hacia ambos lados y nada, hasta que otra vez el grito nos hizo saber de dónde provenía. No nos quedaban dudas, los gritos venían desde el interior del Obelisco. Eran tan desesperantes que corrimos por Corrientes en busca de algún patrullero que pudiera acudir en ayuda de la persona allí atrapada, pero no lográbamos ver a nadie. La tormenta había dejado las calles desoladas.

   Volvimos al lugar para hacer saber al hombre aquel, que estábamos tratando de encontrar ayuda. De pronto, apareció una de las unidades del 911. Al ver nuestras señas se detuvo. En el preciso instante en el que íbamos a relatarle lo que pasaba, los gritos desgarradores nuevamente nos hicieron estremecer. El oficial del patrullero bajó del vehículo, abrió la puerta trasera y nos hizo subir al auto. Pensamos que iríamos en busca de ayuda, pero no fue así. Para nuestra sorpresa, sólo se limitó a decirnos que todo se trataba de un eco fantasmal. Una voz de ultratumba que permanecía con su grito desde un trágico día de tormenta, allá por los años treinta. La fantasmagórica voz pertenecía a un empleado que en aquel fatídico día de tormenta se hallaba haciendo mantenimiento de las escaleras internas a gran altura del monumento, y ante el sacudón terrible de aquella tempestad había caído terriblemente herido. Al parecer murió pidiendo ayuda pero por los ruidos de la tormenta sus gritos de socorro no fueron escuchados. Desde entonces, cada noche de tormenta fuerte resurgen desde ultratumba sus gritos desgarradores.

   ¿Cómo explicar que el comentario del agente no produjera en nosotros más que certeza?  Fácil. Bastó para quitar nuestras dudas inspeccionar junto a él el interior del Obelisco. Recuerdo que abrió la puerta. Al entrar un olor acre húmedo y espantosamente frío se coló por nuestras fosas nasales, por lo que debimos llevarnos un pañuelo a la nariz. Buscamos por todos lados y no hallamos a nadie. Sin embargo, al darnos vuelta para salir de aquella helada tumba de cemento, otra vez el grito escalofriante resonó a nuestras espaldas y nos petrificó.

 FIN





De Lambert, Alibel
(Biografía)

Nacida en la ciudad de Tigre, provincia de Buenos Aires, en julio de 1954. Comenzó escribiendo poesía a los doce años. Luego cuentos infantiles y más tarde cuentos de terror y novela gótica. Sus primeros libros de terror están en la Biblioteca del Congreso de la Nación y también otras, como colegios y micros de larga distancia. Mis cuentos suelen ser teatralizados por chicos de los colegios del polimodal y EGB. Participo anualmente como invitada, en las Ferias de Libros, en Buenos Aires y en las provincias. 


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