Una historia ideal para leer sólo o acompañado.
Estas leyendas pasan de boca en boca, de ciudad en ciudad, te llamarán a que las leas sin detenerte ni un minuto.
"Gritos bajo la tormenta"
Eran las 23:45 de una rara noche de invierno
en el mes de julio. Digo rara pues la temperatura estaba casi en 28º. Mi esposo
y yo salíamos de uno de los cines en la calle Lavalle, a pocos metros de
avenida Corrientes.
Acabábamos de ver “El Orfanato”. La noche se
presentaba tormentosa y un fuerte viento había comenzado a levantarse. Alcé el
cuello del tapado pues el soplo helado parecía envolverme por completo.
Decidimos que tomar un café nos vendría muy
bien, por lo que caminamos hasta la cafetería en la esquina de Corrientes y 9
de Julio. Elegimos una de las mesas cerca de la puerta de entrada. Tomábamos
lentamente nuestro café esperando que la
tormenta comenzara a amainar, pero los minutos pasaban y nada. Por el contrario,
cada vez parecía arreciar la ventisca con más fuerza. Teníamos el auto del otro
lado a varias cuadras del Obelisco, precisamente en Montevideo y Lavalle, pues
cuando llegamos la noche era cálida, soplaba una suave brisa y yo quise caminar
un poco. Hacía mucho que no paseaba por el centro de la ciudad. Aunque luego de
ver aquella película nadie podría caminar con tranquilidad en medio de una
noche de tormenta. Ninguno de los dos hubiésemos imaginado al llegar que esa
hermosa noche se podía transformar de esta manera, haciendo un cambio tan
abrupto y repentino de la temperatura. La película que vimos nos había
conmocionado bastante, suficientemente fuerte para su género, había logrado
provocar en mí una sensación de inquietud tan próxima al miedo como hacía mucho
no lo hacía ninguna otra de ese estilo. Realmente logró captar nuestro interés
absoluto, al punto de ser, al salir del cine, casi nuestro principal
comentario.
Luego de una hora y media, cansados de
esperar que la lluvia parase, decidimos ir en busca del auto. Yo estaba
entumecida de frío y algo mojada por la lluvia repentina. Me abracé a mi marido
y comenzamos nuestra loca carrera bajo el chaparrón. Cruzamos la 9 de Julio y como
el semáforo había cambiado quedamos detenidos justo junto al Obelisco. De pronto,
un estrepitoso trueno hizo estremecer la vereda. Aun así, en medio del
estruendo, me pareció oír el desesperado grito de un hombre. Volteé la cabeza
para mirar por detrás de mi esposo, que se hallaba casi pegado a uno de los
lados del monolito. El grito me pareció que venía de una dirección, pero al
comprobar la poca distancia entre la pared y su cuerpo deseché la idea de
haberlo escuchado. Permanecíamos a la espera del cambio de luz. Al hacerlo, mi
esposo me tomó por la cintura para cruzar Cerrito. En ese momento volví a
escuchar el fuerte grito y otro estruendoso trueno repercutió con mucha más
fuerza que antes. Volví a escuchar los gritos, esta vez con tanta claridad que
pude notar en él un marcado tono de terror. Me estremecí de pies a cabeza, mi
esposo clavó sus ojos en mí con gran preocupación. Él también había logrado
escuchar la voz en su grito desgarrador y siniestro. Miramos los dos hacia
ambos lados y nada, hasta que otra vez el grito nos hizo saber de dónde
provenía. No nos quedaban dudas, los gritos venían desde el interior del
Obelisco. Eran tan desesperantes que corrimos por Corrientes en busca de algún
patrullero que pudiera acudir en ayuda de la persona allí atrapada, pero no
lográbamos ver a nadie. La tormenta había dejado las calles desoladas.
Volvimos al lugar para hacer saber al hombre
aquel, que estábamos tratando de encontrar ayuda. De pronto, apareció una de
las unidades del 911. Al ver nuestras señas se detuvo. En el preciso instante
en el que íbamos a relatarle lo que pasaba, los gritos desgarradores nuevamente
nos hicieron estremecer. El oficial del patrullero bajó del vehículo, abrió la
puerta trasera y nos hizo subir al auto. Pensamos que iríamos en busca de
ayuda, pero no fue así. Para nuestra sorpresa, sólo se limitó a decirnos que
todo se trataba de un eco fantasmal. Una voz de ultratumba que permanecía con
su grito desde un trágico día de tormenta, allá por los años treinta. La fantasmagórica
voz pertenecía a un empleado que en aquel fatídico día de tormenta se hallaba
haciendo mantenimiento de las escaleras internas a gran altura del monumento, y
ante el sacudón terrible de aquella tempestad había caído terriblemente herido.
Al parecer murió pidiendo ayuda pero por los ruidos de la tormenta sus gritos
de socorro no fueron escuchados. Desde entonces, cada noche de tormenta fuerte
resurgen desde ultratumba sus gritos desgarradores.
¿Cómo explicar que el comentario del agente
no produjera en nosotros más que certeza?
Fácil. Bastó para quitar nuestras dudas inspeccionar junto a él el
interior del Obelisco. Recuerdo que abrió la puerta. Al entrar un olor acre
húmedo y espantosamente frío se coló por nuestras fosas nasales, por lo que
debimos llevarnos un pañuelo a la nariz. Buscamos por todos lados y no hallamos
a nadie. Sin embargo, al darnos vuelta para salir de aquella helada tumba de
cemento, otra vez el grito escalofriante resonó a nuestras espaldas y nos
petrificó.
FIN
De Lambert, Alibel
(Biografía)
Nacida en la ciudad de Tigre, provincia de Buenos Aires, en julio de 1954. Comenzó escribiendo poesía a los doce años. Luego cuentos infantiles y más tarde cuentos de terror y novela gótica. Sus primeros libros de terror están en la Biblioteca del Congreso de la Nación y también otras, como colegios y micros de larga distancia. Mis cuentos suelen ser teatralizados por chicos de los colegios del polimodal y EGB. Participo anualmente como invitada, en las Ferias de Libros, en Buenos Aires y en las provincias.
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