jueves, 2 de julio de 2020

Una visita muy especial a la Biblioteca




“Un hermoso libro que habla de la convivencia
y el sentido común,
de la amistad entre seres muy diversos
y su encuentro en el maravilloso mundo de la biblioteca.”




León de biblioteca
(Knudsen, Michelle)

Un día, apareció un león en la biblioteca. Pasó frente al mostrador de préstamos y desapareció entre las estanterías.
El señor Mosquera corrió por el pasillo hasta la oficina de la bibliotecaria.
- ¡Sra. Plácida! –gritó.
-Está prohibido correr – dijo la Sra. Plácida sin levantar la cabeza.
- ¡Pero hay un león! –exclamó el Sr. Mosquera-. ¡En la biblioteca!
- ¿Está quebrantando alguna regla?
La Sra. Plácida era muy estricta con el reglamento.
-En realidad, no –dijo el Sr. Mosquera-.
No exactamente.
-Entonces, déjelo en paz.
El león merodeó por la biblioteca. Olfateó el fichero.
Se frotó la cabeza contra la colección de libros nuevos.
Luego caminó hasta el rincón de cuentos y se durmió.
Nadie sabía qué hacer. El reglamento no hablaba de leones en la biblioteca.
Pronto comenzó la hora del cuento. El reglamento tampoco hablaba de leones en la hora del cuento.
La cuentacuentos estaba un poco nerviosa. Pero leyó el título del primer libro con voz clara y fuerte. El león alzó la cabeza. La cuentacuentos siguió leyendo.
El león se quedó a escuchar el siguiente cuento. Y el siguiente. Esperó otro, pero los niños comenzaron a irse.
-Se acabó la hora del cuento –le dijo una niña.
El león miró a los niños. Miró a la cuentacuentos. Miró los libros cerrados. Y lanzó un tremendo rugido.
RAAAHHRRRR!
La Sra. Plácida salió rápidamente de su oficina.
- ¿Quién está haciendo ese ruido? –preguntó.
-Es el león –dijo el Sr. Mosquera.
La Sra. Plácida se dirigió al león:
-Si no puedes guardar silencio, tendrás que irte. Esas son las reglas.
El león seguía rugiendo, pero sonaba triste.
La niña tiró del vestido a la Sra. Plácida.
- ¿Si promete guardar silencio, puede volver mañana a la hora del cuento? –preguntó.
El león dejó de rugir. Miró a la Sra. Plácida.
La Sra. Plácida miró al león. Luego dijo:
-Sí. Un león calladito y que se porte bien ciertamente puede volver a la hora del cuento.
- ¡Bien! –gritaron los niños.
El león volvió al día siguiente
-Llegaste temprano –le dijo la Sra. Plácida-. La hora del cuento es a las cuatro de la tarde.
El león no se movió.
-Está bien –dijo la Sra. Placida-. En ese caso podrías ayudar.
Y lo mandó a desempolvar las enciclopedias hasta que empezara la hora del cuento.
Al día siguiente, el león volvió a llegar temprano. Esta vez la Sra. Plácida le pidió que lamiera los sobres de las cartas de notificación de préstamos atrasados.
Pronto, el león empezó a ayudar sin que se lo pidieran. Desempolvaba las enciclopedias. Lamía los sobres. Montaba a los pequeños en su lomo para que pudieran alcanzar los libros en los estantes más altos. Y después se acurrucaba en el rincón de lectura a esperar que comenzara la hora del cuento.
Al principio, los usuarios de la biblioteca estaban nerviosos por la presencia del león, pero pronto se acostumbraron. En realidad, parecía hecho para la biblioteca. Sus grandes patas no hacían ruido en el suelo. Era una cómoda almohada para los niños. Y ya no rugía más.
- ¡Qué león tan servicial! –decía la gente y le daban palmaditas en la cabeza al pasar.
- ¿Cómo hemos podido vivir sin él?
El Sr. Mosquera fruncía el ceño al oír eso. Antes se las habían arreglado muy bien. No se necesitaban leones. Los leones, pensaba, no entienden las reglas. No formaban parte de una biblioteca.
Un día, después de haber desempolvado las enciclopedias, lamido todos los sobres y ayudado a los más pequeños, el león caminó hasta la oficina de la Sra. Plácida a ver qué otra cosa podía hacer. Todavía le quedaba tiempo antes de la hora del cuento.
-Hola, león –dijo la Sra. Plácida-. Hay algo que puedes hacer. Tengo un libro aquí que hay que devolver a la sala. Déjame bajarlo.
La Sra. Plácida se subió en un banquito. El libro estaba muy alto, apenas lo podía alcanzar.
La Sra. Plácida se empinó. Alargó los dedos. –Ya casi… alcanzo… -dijo.
Y se estiró un poquito más, quizá demasiado.
- ¡Ay! –se quejó suavemente la Sra. Plácida y no se levantó.
- ¡Sr. Mosquera! ¡Sr. Mosquera! –llamó.
Pero el Sr. Mosquera estaba en el mostrador de préstamos. No la podía oír.
-León –dijo la Sra. Plácida-, por favor busca al Sr. Mosquera.
El león corrió por el pasillo.
-Está prohibido correr –le recordó la Sra. Plácida.
El león puso sus grandes patas sobre el mostrador de préstamos y miró al Sr. Mosquera.
-Vete león –dijo el Sr. Mosquera-, estoy ocupado.
El león gimió. Apuntó su nariz en dirección al pasillo que llevaba a la oficina de la Sra. Plácida.
El Sr. Mosquera no le prestó atención.
Finalmente, el león hizo lo único que se le ocurrió. Miró fijamente al Sr. Mosquera. Luego abrió su bocota y rugió el rugido más fuerte que había rugido en toda su vida.
RAAAHHHRRR!
El Sr. Mosquera se quedó sin aliento:
-No estás guardando silencio –dijo-.
¡Estás quebrantando las reglas!
El Sr. Mosquera caminó lo más rápido que pudo por el pasillo.
El león no lo siguió. No había respetado las reglas. Sabía lo que eso quería decir. Bajó la cabeza y se dirigió hacia la puerta.
El Sr. Mosquera no se dio cuenta:
- ¡Sra. Plácida! –llamaba mientras caminaba-. Sra. Plácida, el león quebrantó las reglas. ¡El león quebrantó las reglas!
Irrumpió en la oficina de la Sra. Plácida.
No estaba en su silla.
- ¿Sra. Plácida? –preguntó.
-A veces –dijo la Sra. Plácida desde el suelo detrás de su escritorio-, hay una buena razón para quebrantar las reglas. Incluso en la biblioteca. Ahora, por favor, llame a un doctor. Creo que me fracturé el brazo.
El Sr. Mosquera salió corriendo a llamar a un doctor.
- ¡Está prohibido correr! –le recordó la Sra. Plácida.
Al día siguiente, todo volvió a la normalidad. Casi todo.
El brazo izquierdo de la Sra. Plácida estaba inmovilizado. El doctor le había dicho que no se esforzara mucho.
“Tengo a mi león para ayudarme” pensó la Sra. Plácida, pero el león no apareció por la biblioteca esa mañana.
A las cuatro de la tarde, la Sra. Plácida fue al rincón de cuentos. La cuentacuentos estaba empezando a leer. El león no estaba allí.
Los usuarios de la biblioteca pasaron todo el día levantando la cabeza de los libros o de las pantallas, esperando ver una conocida cara peluda. Pero el león no apareció.
Tampoco apareció al otro día. Ni al día siguiente.
Una noche, antes de marcharse, el Sr. Mosquera entró en la oficina de la Sra. Plácida.
- ¿Puedo ayudarla en algo antes de irme, Sra. Plácida? –le preguntó.
-No, gracias –respondió la Sra. Plácida.
Estaba mirando por la ventana. Su voz era muy bajita, incluso para una biblioteca.
El Sr. Mosquera se quedó pensativo. Pensó que quizá sí había algo que podía hacer por la Sra. Plácida.
El Sr. Mosquera salió de la biblioteca, pero no se fue a su casa.
Caminó por las calles cercanas. Miró debajo de los automóviles. Se asomó detrás de los arbustos. Escudriñó en los jardines, en la basura, y buscó en los árboles.
Finalmente volvió a la biblioteca.
El león estaba sentado afuera, mirando a través de las puertas de vidrio.
-Hola, león –le dijo el Sr. Mosquera.
El león no le hizo caso.
-Pensé que quizás te gustaría saber –dijo el Sr. Mosquera- que hay una nueva regla en la biblioteca. No se permite rugir, a menos que haya una muy buena razón como, por ejemplo, ayudar a una amiga en problemas.
El león movió las orejas levemente. Luego se volvió, pero el Sr. Mosquera ya se estaba alejando.
Al día siguiente, el Sr. Mosquera cruzó el pasillo y fue a la oficina de la Sra. Plácida.
- ¿Qué pasa Sr. Mosquera? –preguntó la Sra. Plácida con su nueva voz triste y apagada.
-Pensé que le gustaría saber que hay un león –dijo el Sr. Mosquera-. Un león en la biblioteca.
La Sra. Plácida saltó de su silla y corrió por el pasillo.
El Sr. Mosquera sonrió.
-Está prohibido correr –le recordó.
La Sra. Plácida no lo escuchó.
Algunas veces hay una muy buena razón para quebrantar las reglas. Incluso en una biblioteca.

FIN



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