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BRUJAS
Los cuentos infantiles de brujas son unos de los más tradicionales. Sin
embargo, rara vez son las protagonistas de los mismos, pues tienden a ser esa
pieza de la historia que invita a los niños a discernir entre el bien y el mal.
Podemos ver esta idea en cuentos clásicos como Hansel y Gretel, Blancanieves…y
muchos otros cuentos más.
La literatura también ha hecho que sea típico imaginarse a una bruja
volando sobre una escoba, con verrugas, con una nariz grande y puntiaguda o con
un cierto grado de maldad provocado habitualmente por la envidia.
Esta figura tan típica ha pasado de generación en generación en el mundo
occidental gracias a los cuentos y también a las películas que así nos la
muestran. Sin embargo, los cuentos infantiles de brujas no tienen que ser
siempre así de aterradores y por eso también hay brujas lindas, brujitas
buenas…
Atentas a cuando abres
la página en que aparecen,
hacen maldades y
trucos
y después se desvanecen.
Brujas que están bien cansadas
de niñitos indefensos
y de reyes en sus reinos.
Hartas de hacer sus hechizos
con sapos asquerosientos,
de arruinar todas las frutas
con feos encantamientos.
No soportan a los gatos,
les da vértigo la escoba,
quieren quitarse los granos
y la nariz con joroba.
Odian el negro de sus capas,
en sus noches, en sus dientes:
en el fondo quieren verse
muchachitas Blancanieves.
(Por Pisos, Cecilia. Bs.As. Editorial
Sudamericana, 2004).
Niños, las brujas no existen
(María Inés Falconi)
Había una vez un reino en el que los chicos
vivían muy tristes y asustados porque siempre aparecían las brujas enanas.
Estas eran unas brujas así de chiquititas,
que usaban un gorro con pompón hasta las orejas y tenían una nariz de zanahoria
tan larga, pero tan larga, que se la tenían que atar con un moño en la punta
para no pisársela, y además les quedaba un solo diente horrible en la boca.
Estas brujas, feas y malísimas, jamás molestaban a las personas grandes: sólo
les hacían brujerías a los chicos. Lo peor de todo era que cuando ellos lo
contaban, nadie les creía. Las personas grandes siempre les contestaban lo
mismo: “Niños, las brujas no existen”.
Un día los chicos las vieron entrar en la
escuela y escribir las paredes con tizas, témperas y marcadores. Entonces
corrieron a avisarle a la Señorita Pepa, que era la Directora.
-¡Señorita, señorita! ¡Las brujas están
escribiendo las paredes de la escuela!
Pero la Señorita Pepa como siempre les
contestó:
-Niños, las brujas no existen.
Los chicos, entonces, trataron de borrar lo
que las brujas habían escrito, antes de que alguien lo viera. Demasiado tarde.
Ahí estaba la Señorita Pepa parada justito frente a una pared leyéndolo todo:
-¡La Señorita Pepa es gorda!
-¡¡La Señorita Pepa tiene orejas de burro!!
-¡¡¡La Señorita Pepa tiene cara de
chancha!!!
-¡Que me da un patatús! ¡Que me da un
patatús! ¡Que me da un patatús! –gritaba la Señorita Pepa. Y le dio un patatús.
Fue inútil que los chicos trataran de
explicar que ellos no lo habían escrito, que habían sido las brujas, que ellos
las habían visto. Nadie les creyó. Les hicieron limpiar todas las paredes de la
escuela, y tardaron tantos pero tantos días que no pudieron aprender nada y
tuvieron que repetir el grado.
Mucho
peor fue cuando las brujas enanas los embrujaron y los dejaron sin poder
hablar. Los chicos no podían decir ni una sola palabra y cada vez que querían
hablar lo único que conseguían era sacar la lengua así: ¡Dbbbbbbd!!!!!
Esa mañana, los chicos llegaron a la escuela
como todas las mañanas, y la Señorita Pepa los saludó, como todas las mañanas,
también:
-¡Buenos días, niños!
Nadie
le contestaba.
-¡Buenos
días, niños!
Nadie
le contestaba.
-¡Buenos! ¡Días! ¡Niños! He dicho.
Y entonces los chicos le hicieron:
-¡¡¡¡Dbbbbbbd!!!!
-¡Que me da un patatús! ¡Que me da un
patatús! ¡Que me da un patatús! –gritaba la Señorita Pepa. Y le dio un patatús.
La Señorita Pepa los retó, los retó la mamá,
el papá, la tía y la abuelita. Todos decían lo mismo: esto no es posible. Estos
chicos son unos maleducados. ¡Qué barbaridad! ¡Dónde lo aprendieron!
Que no se vuelva a repetir y bla, bla, bla,
bla. Pero cuando ellos querían explicar que todo esto era cosa de las brujas,
las personas grandes les contestaban como siempre: “Niños, las brujas no
existen”.
Los
chicos cansados de tanto reto y tanta penitencia injusta, decidieron ir a
pedirle ayuda al rey.
-Su excelentísima Majestad -le dijeron-, estas
brujas siempre se la agarran con nosotros. Es decir... con los chicos.
-¡Ajá!
–dijo el Rey.
-Y no puede ser, porque después pagamos el
pato. Es decir nos retan.
-¡Ajá-já! -dijo el Rey.
-Y ya estamos cansados. Los grandes son unos
vivos porque a ellos no les pasa nada. Es decir... nunca, nada. Con las brujas.
-¡Ajá-já-já! -dijo el Rey.
-Y queremos pedirle que ordene que las
atrapen de una buena vez. Es decir: que atrapen a las brujas.
-¡Imposible! ¡Imposible! ¡Imposible! –les
contestó el Rey.
-Y ¿por qué? -preguntaron los chicos
desilusionados.
-Porque, niños, las brujas no existen –dijo
el Rey.
Y los chicos se dieron cuenta de que
encontrar a un solo grande que les creyera era más difícil que atrapar a una
bruja... que atrapar a una bruja... que-atrapar-a-una-bruja... ¡ATRAPAR A UNA
BRUJA!...Atrapar a todas las brujas. Ellos solos. Eso sí que podían hacerlo.
Al
principio, algunos tuvieron miedo: no, que tengo que hacer los deberes; que mi
mamá no me deja atrapar brujas; que nos van a retar; que tengo que ir a visitar
a mi abuelita justo ese día; y que sí y que no, y que al final el miedo se les
había pasado y nadie quería dejar de ir.
Esa noche, cuando los grandes estuvieron
bien dormidos, salieron de sus casas en puntitas de pie y se fueron a la plaza.
Cada uno traía una cacerola enorme y, también, un globo de gas atado con
piolín. Y todos, todos, hasta los bebés de un año se habían disfrazado de
brujas enanas, con una nariz de zanahoria y un gorro con pompón hasta las
orejas. Se escondieron entre los árboles para esperar a las brujas. Temblaban
de miedo. Temblaban tanto que la nariz de zanahoria se les sacudía así: pingui,
pingui, pingui.
De repente las vieron llegar. Las brujas
venían arrastrando su nariz de zanahoria y riéndose con sus bocotas de un dolo
diente. Moniquita, una nena de tercero, fue la primera en animarse a salir. Se
paró justito detrás de una bruja y tratando de que no se notara el
pingui-pingui de su nariz muerta de miedo le dijo:
-Vení...
-Que no quiero-quiero –contestó la bruja.
-Vení... que por allá están los chicos
–insistió Moniquita.
-Que me importa-porta.
-Vení... ¡o te pincho la nariz!
-Voy
corriendo-riendo -dijo la bruja que era bastante miedosa. Moniquita llevó a la
bruja hasta el tobogán y cuando llegaron le dijo:
-Ahora subí...
-No me gusta-gusta –protestó la bruja.
-Subí... o te pincho la cola.
Y
la bruja se subió al tobogán. Y Moniquita se subió detrás de la bruja.
-Ahora tirate… -le dijo Moniquita.
-No, que me da miedo-miedo.
Moniquita no esperó más, le dio un buen
empujón a la bruja que se fue resbalando por el tobogán mientras gritaba:
-¡Socorro-corro! ¡Que me mareo-reo!
Pero no gritó mucho, porque Enriquito la
estaba esperando abajo con su cacerola y la bruja cayó justito adentro.
Rápidamente los chicos le ataron un globo de gas en la punta de la nariz de
zanahoria, y la bruja empezó a subir… a subir… Y no paraba de gritar, la muy
miedosa:
-¡Que me vuelo-vuelo!
-¡Que me bajen-bajen!
-¡Socorro-corro!
Había dado resultado. Rápidamente atraparon
a todas las demás. A una, la hicieron subir al sube y baja. Cuando estuvo
sentada cómodamente, Jorgito, que era gordo y grandote, saltó del otro lado y
la bruja salió volando por el aire.
-¡Que subo-subo y no bajo-bajo! –gritaba la
bruja.
El gorro con pompón se le quedó enredado en
la rama de un árbol. Ahí la agarraron los chicos. Le ataron el globo con piolín
en la nariz, y otra bruja para arriba.
A otro montón de brujas, las marearon en la
calesita, y a un montón más, en las hamacas. El cielo se iba llenando de globos
de colores y de brujas enanas.
Cuando las personas
grandes salieron de sus casas y vieron montones de brujas por el aire, no supieron
qué hacer. Unos corrían, otros se
escondían, los demás se tropezaban, se caían y se chocaban. Estaban asustados.
Muy asustados.
-¡Nos invaden las brujas extraterrestres!
–decían los grandes.
-¡Las brujas extraterrestres nos atacan, a
casa chicos!
Pero los chicos estaban muy tranquilos
sentados en el cordón de la vereda, mirando subir a las brujas que cada vez
parecían más enanas y menos horribles.
Y a todos los grandes que venían a buscarlos
le contestaban lo mismo:
-¡Qué tontería! Grandes: las brujas… no
existen.
FIN
Escuchamos
una canción…
La bruja
Berta
(Korky Paul –
Valerie Thomas)
Vemos
un CUENTO
La bruja Baba Yaga
(Cuento
popular ruso)